Si digo esto es con una mezcla de vergüenza y orgullo.
Entro en su
habitación muy sencilla, con una mancha de humedad en el techo.
Me siento en el
sillón que tiene una lámpara al lado.
En ese momento estaba
muy solo y aceptaba que cualquiera le leyera.
Quería revisar todo Stevenson
antes de crear algo.
Son casi las ocho
cuando abro mi paquete y como mi sándwich.
Camino por la casa
mirando algunos cuadros y retratos.
Miro el manuscrito
sobre una mesa.
Parece saber lo que
vi:
- Escribí esta
historia - es como un cadáver enterrado en el polvo.
Me acerco a una foto
de tamaño natural de nuestro autor.
Miro su rostro muy de
cerca, quiero ver cómo eran sus ojos cuando veía.
Tengo la impresión de
que avanzan hacia mí, camino hacia atrás, pierdo el equilibrio y caigo sobre la
mesita donde está el manuscrito.
Siento que me estoy
cayendo.
Despierto en el
arrabal norte, observo a compadritos en la esquina.
No sé qué pasó, corro
y me encuentro con un caudillo de provincia cabalgando en la calle.
En la ventana, un
Quijote y, junto a él, una copia sobre mitología griega en dorado.
Intento averiguar
dónde estoy, entro en la librería y me saluda un hombre de bombachas.
Una chica entra en la
tienda - muy guapa, ella pregunta acerca de Oscar Wilde, yo fue tomado de
intensa emoción, una experiencia mística -, me mira los pantalones y se ríe.
Se acerca y dice:
¿Cómo está tu abuela inglesa?
Me sobresalto,
instintivamente me miro en el espejo y veo el rostro, su rostro, el rostro de
la maldita fotografía.
Desesperado, busco su
nombre en los estantes y me lanzo a su libro.
*
Afonso Junior
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