Mariano Galperín escribió y dirigió Bill 79 (Argentina, 2023), protagonizada por Diego Gentile (Relatos salvajes).
El gran pianista de jazz Bill Evans viaja a la pequeña ciudad de San Nicolás en 1979. La situación en sí es muy interesante, el reto sería llenar 78 minutos de incidentes y descubrimientos. El vestuario es el primer atractivo, uno de los puntos fuertes de la película, como toda direccion de arte, promete una ambientación nostálgica de los años 70. Creo que podemos usar la obra como punto de apoyo para iniciar una conversación sobre la forma en la dramaturgia argentina.
Si el tono fuera de un cine de autor europeo, con un director alemán, posiblemente los colores serían más oscuros y los silencios dirían lo que no necesitamos escuchar. Este no es el caso, nunca vemos un traje oscuro como en las grabaciones de Evans. Para eso habría que adentrarse en el alma rota de un creador, pero esto no sucede. Tenemos escenas donde delira, o recuerda, pero todo muy bien explicado. Otra opción sería sumergirse en la comedia, como la excelente El Método Tangalanga (2022).
En mi opinión, el texto dramático -el que se basa en diálogos, personajes, situaciones claras y desarrollo- requiere mucha síntesis e intensidad. Es decir, el drama solo sale mal cuando no hay sorpresa. En el cine, más aún, ya que una pequeña escena puede dar aún más información. Tanto es así que las piezas adaptadas al cine tienden a volverse aburridas, porque en presencia de la performance, ese “plus” lo llena la vida inestable en el ahora.
Por ejemplo, una escena en la que tres personajes muy diferentes comen empanadas mientras ven la televisión lo diría todo en 30 segundos - sin nadie hablar. Pero 10 minutos de película con esta relación -un antes y un después, con el humor y el whisky como protagonistas- es diluir el tema. Otro ejemplo: el músico maquillando a una "miss" en el camerino es una escena brillante en sí misma, pero rodeada de diálogos y primeros planos, se vuelve demasiado larga para muy poca historia (una oración narrada podría resolver). No se le puede dar demasiada importancia a cada discurso, escena, porque todo se absorbe muy rápido, hay que seguir.
Hay muchas preguntas que serían excelentes maneras de llenar este tiempo. Para ello, o bien el diálogo incorpora rápidamente estos matices, o bien sería mejor un discurso de un experto o testigos en modo documental. Queremos saber quién era Evans (lo he oído, pero ahora sería el momento de saber más), quién era ese productor, como era esa ciudad en ese momento... Se ve la sombra de una intensa escena musical, capaz de convocar a grandes intérpretes, pero no se la explora. Una escena inicial en un teatro de Buenos Aires, por ejemplo, reposicionaría toda la narrativa. Incluso el encuentro central con lo fanático supone una buena charla de jazz, lo cual no es así.
En estos cortes y mezclas tendríamos muchos temas que encajarían con las escenas dramáticas. Lo mismo ocurre con algunas piezas, por ejemplo, "Los años", de Mariano Pensatti, que nos da la impresión de estar muy bien portada para el tema que expone (pese a algunas bazas épicas como hablar al público). El tráiler se vuelve muy interesante precisamente por esta síntesis.
Toda la película se filmó en tres semanas y, según tengo entendido por el discurso del director, se escribió de tal manera que se pudiera filmar, es decir, con costos e incidentes reducidos.
Siento que el deseo de un guión clásico entorpece algunas obras. La película es divertida y tiene todos los elementos de actuación (Marina Bellati se ve excelente, el único momento siniestro en la película), cinematografía y vestuario para ser, como mínimo, estimulante. Diego Gentile está muy bien como el protagonista confundido, eso es lo que hace que la película sea interesante, pero su confusión es tan racional que nos afasta. Sólo tendría que ser más desordenado.
Afonso Jr. Lima
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